Un centenera de años de la matanza obrera en Guayaquil

El elevado costo de la vida, salarios de miseria, precarización laboral, malos tratos por parte de los empleadores, entre otros motivos, provocaron las protestas masivas que se realizaron los primeros quince días de noviembre de 1922. Estas manifestaciones tomaron fuerza gracias a la victoria de los trabajadores del ferrocarril que con su huelga de diez días (del 17 al 26 de octubre) lograron que la The Guayaquil and Quito Railway Company aceptara su pliego de peticiones.

El 14 de noviembre Guayaquil amaneció paralizada y sin luz. Se realizó una manifestación obrera con miles de asistentes que desfilaron por el centro de la ciudad. Todo el casco comercial y bancario estaba totalmente cerrado. La marcha recorrió la Plaza de los Próceres, siguió la por la avenida 9 de octubre y Pedro Carbo. Los manifestantes llegaron a la Gobernación.

Los dirigentes sindicales y los abogados José Vicente Trujillo y Carlos Puig, mediadores de los trabajadores en huelga, dieron sendos discursos pidiendo al Gobierno el cumplimiento del pliego de peticiones que incluían reformas laborales y salariales y la llamada ley de incautación de giros.

En medio de la masa trabajadora se destacó María Montaño, mujer de raza negra que frente a los balcones de la sede del gobierno provincial, lanza un furibundo discurso en donde resaltan sus palabras: ”Pueblo, tú haces presidente, tú lo eliges, pero si él no te atiende, qué te toca hacer a vos’’.

Ya para este día protestas el Gobierno había apresado a decenas de obreros e sus compañeros de lucha también exigían su inmediata liberación.

Los protestantes con algarabía se dirigieron al cuartel policial ubicado en las calles Cuenca entre Chile y Chimborazo para liberar de inmediato a sus compañeros presos. Sin embargo, un piquete de policías que recorrían la intersección de Colón y Olmedo escucharon los gritos y pensaron que los manifestantes buscaban tomarse las instalaciones policiales y abren fuego a mansalva con sus fusiles a la masa de artesanos, ferroviarios, vendedores ambulantes, lavanderas, betuneros, panaderos, entre otros obreros.

Si bien se habla que la confusión motivó a los miembros policiales a abrir fuego, también existe un telegrama enviado el 14 de noviembre por el presidente José Luis Tamayo al jefe de la Zona Militar, Enrique Barriga, donde esperaba “que para mañana (15 de noviembre) a las seis de la tarde me informara que ha vuelto la tranquilidad a Guayaquil cueste lo que cueste, para lo cual usted esté autorizado”.

Son atacados comercios como la Casa González, la Casa Rubio, la de Miguel Enrich, Sola & Cia. Y otros locales ubicados en las calles Aguirre y Pichincha, y Aguirre y Malecón.

Efectivos militares se unieron y empezaron la represión para controlar los desmanes. Grupos de manifestantes, en su desesperación, atacaron una mesa electoral ubicada en Pedro Carbo entre Luzurraga y Chiriboga. Efectivos policiales también abrieron fuego.

La marcha, ya dividida, siguió hasta la altura de la calle Eloy Alfaro donde fue repelida a bala por efectivos del Cuerpo de Cazadores de los Ríos. Grupos de manifestantes también fueron repelidos a tiros en las calles 9 de Octubre y Boyacá.

Además, decenas de soldados en posición de tiro ubicados en la plazoleta del Parque Centenario abrieron fuego a mansalva contra las masas desprotegidas. A la altura de la sede de la Zona Militar, una sección de soldados, parapetados detrás de las ventanas del edificio, apoyaron la acción represiva.

Guayaquil, que en aquel año apenas superaba los 90.000 habitantes, estaba envuelta en caos, terror y muerte. “Alaridos y quejas. El silbido cortante de las balas. El olor a pólvora. El inclemente martilleo de las ametralladoras. Las quijadas abiertas, los ojos saltados, los brazos queriendo subir y subir para escapar por algún lado. Los niños con las manos crispadas, arrugando las mantas de las madres, chillando las facciones paralizadas. Y sin armas, carajo, con qué matar soldados y generales”, así relató la masacre el escritor Alfredo Pareja Diezcanseco en su novela Baldomera.

Él tenía 14 años cuando ocurrió la matanza y fue testigo de la misma: “El Batallón Marañón rodeó a la gente y comenzó a matarla. Dieron bala todo el día. Yo vivía en un departamento bajo de la calle Rocafuerte y por ahí pasaban los vagones del ferrocarril de la aduana llenos de cadáveres”, dijo en una entrevista.

El número de víctimas no se ha podido establecer con certeza luego de cien años de la masacre. El Gobierno de Tamayo habló de 10 muertos y 70 heridos, pero los sectores obreros afirmaron que hubo más de 90 muertos y 300 heridos, y la cifra ha ido variando con el avance del tiempo y nuevas investigaciones. Hay historiadores que incluso hablan del millar de fallecidos.

fuenteEl Universo

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